domingo, 8 de diciembre de 2019

LA PEREZA



Educada en un colegio de monjas, ahora ya mayor recuerda como las clases de la tarde dedicadas a las labores, la monja iba y venía revisando las puntadas y hablando de lo que tenían que hacer y pensar, ellas, niñas, para ser unas mujeres de bien. 

Recuerda cuando hablaban de los pecados...se quedaba con uno: la pereza.

La pereza era el mal de una mujer que siempre tenía que estar ociosa y llevar su casa y saber gobernar un hogar.

Ella pensaba que siempre estaba cansada pero no se refería a ese verbo; ella era una perezosa, como un insulto y una pecadora por no tener energía ni ganas para casi nada.

Han pasado más de cincuenta años y esa educación que tanto daño ha hecho a muchas mujeres, sigue pesándole, ese sentimiento tan terrible que es la culpa, como bien dijo Elena Poniatowska : "La culpa es la mejor arma de tortura contra las mujeres".

A pesar de leer autoras que le abrieron los ojos y le enseñaron otro modo de pensar y actuar, aún sin saber nada de lo que significaba la palabra "feminismo" ella fue aprendiendo a vivir de otra manera, con pequeñas luchas que eran un campo de batalla en el que se encontraba contra todo y todos, sola.

Ahora, los días en los que no hace nada, pero nada, se siente mal, recuerda la voz de la monja...salen las culpas, pero ya no tiene fuerzas para hacer casi nada y ve pasar los días mano sobre mano, y piensa que dirían las monjas si la vieran...ya no tiene casa que gobernar, ni gente a la que alimentar, ni trabajo fuera de casa, algo que también le enseñaron que no era bueno para una mujer, que el dinero lo traía el marido.  Ahora que ella ha comprendido que no es pereza lo que sentía y siente, es un cansancio infinito que tiene nombre, que ya estaba enferma cuando era una niña que arrastraba los pies y le reñían por ello, que no jugaba en el patio del recreo, que no era la niña perezosa que le decían, era la niña enferma y ahora es la mujer mayor que cada día puede hacer menos cosas, pero la culpa va de la mano del cansancio...que no de la pereza.

Aprendió que los príncipes no existen, que el amor no es para siempre, que un buen matrimonio puede ser la mayor y peor cárcel, que las palabras y gestos duelen y marcan para siempre, aprendió a quedarse sola y a quererse, pero también aprendió que todo tiene un precio y ella lo pagó, bien caro.  Y sigue en ello

La pereza no existe, el cansancio y la enfermedad van de la mano.  Recuerda los recreos sentada viendo jugar a las niñas y ella, la perezosa, sentada en un banco.  Se ve así misma como la denominaban las monjas, es una niña estudiosa pero muy perezosa...

Ahora es una mujer mayor y enferma arrastrando el cansancio desde que tiene recuerdos pero a pesar de todo hay días que no consigue quitarse el sentimiento de culpa: hoy no he hecho nada.  Cuando vivir luchando contra una enfermedad es ya un trabajo agotador.

La niña perezosa es la adulta, algunas veces en sus pensamientos se cruzan las monjas y la miran reprendiéndola y otros días, es ella, la mujer mayor que lo ha aprendido casi todo ella sola, equivocándose, cayéndose y levantándose.  Esa es la mujer en la que se ha convertido a pesar de tener más cosas en contra que a favor.

Vivan los días en los que no deja penetrar la culpa en sus sentimientos.