Hoy después de bastante tiempo, he limpiado los cristales de las ventanas de casa. Cuando los limpio, hago como un ejercicio de concentración, pienso y ordeno ideas, es un buen ejercicio, me concentro muy bien, es una tarea que me gusta, me ayuda a sentirme lejos de esas ventanas que limpio, me invita mi imaginación a otros lugares, o simplemente me ausento de la realidad que no siempre es la mejor de las compañías.
Hoy he "probado" mis manos y mis hombros, codos, han respondido no muy mal y al segundo cristal ya no sentía el dolor y me he podido dedicar a pensar, los pensamientos no los programamos, vienen, hoy curiosamente han venido a mi mente, las otras manos de otras mujeres que antes que yo han limpiado los mismos cristales, curioso...
He pensado en la bisabuela María, que tanto amor me dio y tanto me quiso, y tanto me marcó su vida y su forma de verla y vivirla, una mujer muy adelantada a su tiempo, una mujer hecha a sí misma, independiente, con su tienda, con esa carácter maravilloso que hacía que la quisieras solo con ver su eterna sonrisa y la capacidad de no juzgar a nadie y ponerse siempre en su lugar, dos cosas, francamente muy difíciles. Y veo sus pequeñas y regordetas manos, limpiando estos cristales...
Luego he pensado en la tía Conce, hermana de la bisabuela, otra abuela más. Diferente a su hermana, muy diferente, una mujer dura, difícil de carácter, con escasas sonrisas y un carácter agrio. Fue también una mujer muy fuerte, pero quizá la guerra, la muerte de su novio, vivir años de luto como casi una "viuda de guerra" la marcó, para siempre; luego, ya mayor se casó y no tuvo hijos, y vivió siempre con esa carencia, aunque los sobrinos y sus sobrinos-nietos fueron su familia y todo el amor que le quedaba fue para ellos. Y también limpiaron estos mismos cristales...
Luego vino la yaya Pilar, una mujer educada en la vida de una señorita de "casa bien", hacía labores y ayudaba en la iglesia. Una mujer que siempre tuvo ayuda en casa, hasta que los tiempos cambiaron, y se tuvo que adaptar, tampoco le costó mucho, más le costó, que sus padres no la dejaran estudiar para maestra, su verdadera pasión, aprender y enseñar. Junto con la de ser madre de muchos hijos. Sólo tuvo un hijo, no pudo tener más. Y siempre, incluso ahora a sus noventa años, lee todo lo que puede, sigue aprendiendo y he tenido en ella lo que para mí significa el amor de una madre y mis hijos el de una abuela. Siempre con sus brazos abiertos y sus labios para besarte. Y sus manos, limpiando estos cristales...
Luego he pensado en las manos de mi tía Alicia, mi madrina, mi querida tía Alicia, la quiero tanto, me quiere tanto...este septiembre nos abrazamos y fue volver a la infancia, casi todos los días hablamos por teléfono, ha cumplido ochenta años, sigue siendo guapa, y tiene una risa cantarina que alegra sólo con oírla, y sigue siendo guapa, muy guapa. Tiene esa cara de las personas que han sabido sacarle a la vida lo mejor en cada momento, aunque el momento no fuera bueno, o el mejor, siempre ha visto la manera de sonreír y seguir. Y limpiar estos cristales...
Luego llegaron las manos de mi madre, de la que me sigue resultando difícil escribir y pensar que no la voy a volver a ver...mi madre, todo lo contrario de las mujeres que anteriormente han limpiado los mismos cristales que hoy he limpiado yo, ha sido una mujer "de su casa" limpiar y mantener todo sumamente limpio, rayando en la manía...los últimos años me decía: niña, tienes los cristales muy sucios, yo le decía: mamá que buena vista tienes, yo no los veo... Han sido años, muchos, los que mi madre ha limpiado estos cristales, hasta que ya no pudo y tuvo que venir otra persona, pero ahora hablo sólo de las mujeres de la familia.
Y hoy mientras limpiaba los cristales, he ido viendo las manos de todas esas mujeres que me han precedido...con sus luces y sombras, con casi todo lo que soy, con un poco de cada una de ellas, una cadena de mujeres fuertes, todas ellas fuertes, con más salud que la que tengo yo, a mis años, ellas se comían el mundo y yo trato diariamente de que el mundo no me coma a mí.
Luego he pensado en las manos que vendrán detrás de mí...no me importa cuales sean, no me importará que estén los cristales resplandecientes o muy sucios, no me importará nada porque no lo veré.
Y he recordado el cuento de Natalia Ginzburg "Las tareas de casa" en este caso habla de fregar los suelos pero para el caso...he ido a la estantería y lo he buscado y allí estaba: La madre se pregunta si cuando ella esté muerta habrá alguien en la casa que todavía friegue los suelos"
No he sentido tristeza ni nada parecido, yo he disfrutado limpiado y viendo como resplandecía el sol en los cristales y pasando como en una cinta, una a una las mujeres que antes que yo, han limpiado las ventanas de la que ahora es mi casa. Curioso...
Nunca le he dicho a mi hija que limpie los cristales, nunca. Ya hará lo que crea conveniente con sus ventanas.
En mi hija confluyen las mujeres de las dos familias, el último eslabón, hasta ahora, una cadena de mujeres que van haciendo camino y dejando a su paso, un poso que no lo lleva el viento de esta tierra, ya que lo llevamos dentro de nosotras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario