Acaba
de cumplirlos, no los aparenta, aún con las dos rodillas operadas,
camina por su barrio, va, viene, primero con las muletas, luego con
una, ahora ya puede caminar sin nada.
Se
sienta en un banco, todos los días el mismo, lleva más de un año
que todos los días va al mismo banco, excepto si llueve.
Al
principio no se daba cuenta, se sentaba allí porque estaba muy
cansada, luego empezó a sentarse porque le gustaba su conversación,
sí, la de él, y ahora, sin quedar, quedan...
El
otro día se lo dijo a su nieta...antes lo ha estado pensando,
comprendiendo, asumido, en el silencio de sus noches en blanco, le
dijo: Estoy enamorada.
La
nieta le contestó: claro, del abuelo. No, le dijo ella, de un
hombre que he conocido en un banco...
¿Como?
Le dijo su nieta, cuéntame abuela, cuéntame...
Y
ella, poco a poco empezó a contarle a su nieta, su vida...
Sé
puso de novia, lo conoció con las amigas, paseando, era un buen
hombre, trabajador.
Fue
algo natural...del noviazgo, pasó al matrimonio, a los nueve meses
justos, nació su hija, un parto horroroso en el que casi pierde la
vida y el decir de los médicos que no tuviera más hijos.
Años
de trabajo, de hacer casa, criar a la hija, años en los que ni
siquiera pensaba en el amor, la delicadeza, la ternura, años en los
que era poco más que la mujer que lavaba la ropa y hacía la comida
de su marido.
Poco
a poco empezó a rehuirlo en la cama, no le gustaba, había oído
hablar a alguna amiga, lo bien que se lo pasaba en la cama con su
marido, las risas de las otras, los comentarios medio en risa medio
en broma, y ella callada, no entendía porque su marido se subía
encima de ella y en segundos disfrutaba él y se daba la vuelta y a
dormir...así hasta que le dijo que NO.
Muchos
años ya, durmiendo no sólo en camas separadas, lo primero, sino en
habitaciones separadas.
Luego
los tiempos cambiaron, empezó a leer libros en los que describían
sensaciones que nunca había sentido y emociones que nunca se había
dado con el que era su marido.
Ahora
ha encontrado un hombre que todos los días le dice que sale a la
calle para ver su sonrisa, que eso le ayuda a pasar el día que tiene
por delante, que se duerme pensando en su boca, en el color de labios
que lleva.
Su
marido jamás se ha fijado en el color de labios ni en sus labios.
Nunca
le ha dicho una palabra bonita, jamás le ha dicho que la quiere.
El
otro día el hombre del banco le dijo que se había enamorado de
ella, que tiene ochenta años y a veces su corazón late como cuando
era un muchacho de quince y esperaba que apareciera la chica que le
gustaba...
Pero
diferente, ahora sabe de la soledad, del desamor, de la vida...
Se
han contado sus vidas. No puede entender que nunca haya sido amada
esa mujer que para él significa todo.
Le
dice cuando ha ido a la peluquería, se fija en sus manos, preciosas
a pesar de los años, en los ojos, como le brillan los ojos cuando
ríe.
Qué
quería llevarle el desayuno a la cama, caminar dándole su brazo,
comprar juntos, sentarse juntos, dormir juntos, de la mano,
despertarse a su lado, que así lo sueña desde hace mucho, y que no
quería decírselo para que ella no lo apartara de ese ratito que
comparten.
Y
entonces le dice a su nieta: Paso las horas esperando salir, son las
dos horas en las que soy más feliz que nunca, le he dicho que no voy
a dejar al abuelo, él es viudo hace muchos años, pero necesito su
compañía, su conversación, su risa, sus palabras, nunca nos hemos
rozado ni las manos, pero cierro los ojos e imagino como debe ser
cogerte de las manos, algo que nunca he hecho con el abuelo.
La
nieta sigue callada, dime abuela, sigue: Nada, le contesta, bueno,
sí, ahora me ha pedido el número de teléfono porque dice que si
estamos malos no sabemos nada, y si un día llueve y no salimos...él
no sabe que hacer sin escucharme, y yo no me atrevo a dárselo, a
estas alturas de mi vida, podría haber dejado al abuelo, cuando era
joven, pero eso no se hacía, ya sabes que tenía mi tienda, nunca lo
he necesitado para tener un sueldo en casa, pero era lo que “tocaba”
y yo si hubieran sido otros tiempos, al volver del viaje de novios,
lo abría dejado, ya estaba embarazada de tu madre, pero la abría
criado sola, pero eran otros tiempos...y ahora es tarde.
También
le cuenta que los días que el abuelo estuvo ingresado, algo sin
importancia, ella se sintió por primera vez libre, se sentía
culpable, pero feliz, esos días que no la dejaban ir al hospital,
salia y se sentaba en el banco y no tenia prisa por volver a casa a
ponerle la comida al abuelo, incluso, volvía a salir alguna tarde
con la esperanza de volver a encontrarse con él en el banco...cuando
el abuelo regreso a casa, ella volvió a sentir la cárcel en la que
lleva viviendo muchísimos años, tantos que casi ni se había dado
cuenta que era una cárcel.
La
nieta le coge las manos a la abuela y le dice: abuela solo se vive
una vez, así que dale el teléfono a ese hombre que te hace feliz
dos horas al día, mucho más de lo que te ha hecho el abuelo, y deja
que el tiempo pase sin pensar en nada más que en ser feliz, ahora
son dos horas, mañana quién sabe...
La
abuela piensa que su nieta ve las cosas de otra manera, pero en el
fondo sabe que le va hacer caso, mañana cuando salga llevará el
teléfono anotado y se lo dará. Pensar en él la esta haciendo
vivir, ahora a sus ochenta años, y mañana...quién sabe si habrá un
mañana.
Antes
de irse la nieta le dice que no le diga nada a su madre, su hija,
ella no la entendería.
Curiosa
forma de entenderse, dando el salto de una generación, las vueltas
de la vida, la vida que te sorprende.
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