He leído hace unos días, en una revista, esta reflexión que hace una mujer, os la escribo, ya me diréis si estáis de acuerdo.
Tengo 48 años y dentro de poco seré cincuentañera. Dicen algunos que, a cierta edad, nos hacemos invisibles, que nuestro protagonismo en la vida declina, y que nos volvemos inexistentes para un mundo en el que sólo cabe el ímpetu de la juventud. Yo no sé si me habré vuelto invisible para el mundo, es muy probable, pero nunca como hoy fui tan consciente de mi existencia, nunca me sentí tan protagonista de mi vida, y nunca disfruté de cada momento como ahora. Sé que no soy la princesa del cuento de hadas y no necesito que me venga a salvar un príncipe azul en su caballo blanco, ni vivo en una torre, ni tengo a un dragón que me esté custodiando. Hoy me reconozco mujer capaz de amar, sé que puedo dar sin pedir, que no tengo que hacer nada que no me haga sentir bien. Por fin encontré al ser humano que sencillamente soy, con sus miserias y sus grandezas. Descubrí que puedo permitirme el lujo de no ser perfecta, de estar llena de defectos, de tener debilidades, y de equivocarme, de no responder a las expectativas de los demás y hasta de hacer algunas cosas indebidas. Y, a pesar de ello, sentirme bien. Y, por si fuera poco, sentirme querida por muchas personas que me respetan por lo que soy. Sin más, un poco loca, mandona y terca, también cariñosa, conversadora, besadora, abrazadora y, a veces, por algún motivo, triste. Cuando me miro al espejo ya no busco a la que fui en el pasado. Sonrío a la que soy hoy. !Qué bien no sentir ese desasosiego permanente que produce correr tras los sueños! Ya aprendí a tener paciencia. El ser humano tarda mucho en madurar, ¿verdad? Hoy sé que nadie es responsable de mi felicidad, !solo yo!, que la vida es bella...Porque la he visto partir ya muchas veces. Hoy vivo la vida tal cual es, con sus desamores, con sus ratos de marea baja, con sus puestas de sol.
María Cruz Gay
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