Desde mi vuelta a Zaragoza, la terraza de un bar del paseo, la única que esta cubierta, y nos tapa del largo invierno, y del sol impenitente en verano, es donde me gusta observar a la gente y donde veo pasar continuamente a las gentes del barrio. Y me permite ver a las que se sientan en las otras mesas.
Poco a poco ya hemos hecho un “grupo” de fijos. Si no los ves te extrañas, o cuando te vuelven a ver te preguntan, ahora a mi vuelta a todos les ha sorprendido lo bien que camino, y me lo dicen y se que lo hacen con alegría, no conocen ni me enfermedad ni me nombre, pero se alegran de verme caminar tan bien.
Aparte de la gente que va y viene de la terraza, y como gran observadora de las personas, imagino lo que son, que hacen, imagino su vida, probablemente nada acertada pero es un ejercicio que siempre me ha gustado.
Los fijos ya tenemos el sitio y nos “conocemos”, esta el señor solitario, muy educado, mayor, que se toma al filo de la doce, dos o tres whiskys, que le encanta hablar, fue emigrante en Francia y ha viajado por casi todo el mundo, oírlo hablar es una maravilla, te descubre lugares, comidas, costumbres, y siempre te quedas con ganas de saber mucho más. Él lleva el horario francés, así que mientras los demás estamos con el aperitivo él esta ya con el licor...mucho licor, pero jamás lo hemos visto en malas condiciones, un hombre solitario que siempre nombra a su esposa pero nunca le acompaña, que tiene una casa, dice, en un Valle pegado a España, frontera con Benasque y que ella es de allí, y Zaragoza no le gusta...
Están también una pareja con un perrito, la mujer siempre se dirige a él como: mamá te quiere, mamá, tal o cual...habla mucho más con el perro que con el marido pero muuuuucho más y por supuesto el que lo pasea es él y el que compra también, ella sale de casa como un figurin, ya bastante ajado, pero si así es feliz...no sé si lo será el marido, pero...
Tenemos también una pareja de mujeres, siempre hablando bajito, con gestos de amor, ya tienen cierta edad, pero no les importa, y hacen bien, lo que piensen los demás o que las miren. Muchas veces acuden más amigas y hacen un gran corro con risas y conversaciones, me gustaría unirme a ellas, se ve que lo pasan bien y que tienen todas una conexión especial.
Luego esta una señora sola, que siempre quiere hablar con cualquiera, que ama a los perritos y que añora a su querida perrita que ya se fue, pero que no quiere tener otro perrico porque es mayor y si se pone mala, que pasará con él?, pero siempre tiene una sonrisa y un gesto para cualquier perro que pase por su lado.
Luego viene un hombre solo, con todos los periódicos, se toma un café, saca una preciosa pitillera y se pone a fumar y a leer, va sumamente arreglado, con unos ademanes elegantes y delicados, no mira a nadie, y cuando termina de leer, se va, es el único que no saluda cuando llega y no se despide cuando se va...
Los demás nos saludamos, y nos despedimos al irnos.
Luego están los camareros, una mulata preciosa de Santo Domingo, un hombre calvo, ya cansado de tantos años de trabajo, muy profesional y la dueña del local, los tres se ocupan de la terraza y del bar, cuando te ven llegar ya con un gesto saben lo que quieres, sobre todo a mí, que me encantan sus croquetas de bacalao, me dicen con una sonrisa cuando tienen y cuando no, con un gesto de lamento...
Luego hay “personaje” que nos tiene por decirlo de una forma suave...intrigados.
Es el marido de la dueña. Esta siempre por allí, pero no hace nada concreto, no lo mires para pedirle algo, porque su mirada automáticamente se desvía hacía otro lugar.
De vez en cuando saca bolsas de basura, pero si tiene cuatro bolsas, hace cuatro viajes, al contenedor que esta muy cerca.
No habla con nadie, tampoco facilita el trabajo de los demás, retirando alguna mesa o cuando alguien se sienta, avisándoles...nada, no obstante todos los días, y digo todos sin excepción, hay una tarea que hace sistemáticamente...
Sobre las doce del mediodía, haga sol, llueva, sea invierno o verano, baja los toldos de la fachada del local...A veces la mujer sale y le dice algo...pero no hace caso los toldos se quedan bajados.
Y también hace en invierno otra cosa, que es “fastidiarnos” a los que estamos dentro de la terraza..y es según le parece, sube los plásticos, aunque haga un frío del carajo y estén las estufas encendidas, o los tiene completamente bajados, pegando un sol terrible y asandonos...Si alguien le dice algo, no contesta, no sabemos ni su tono de voz.
Tenemos la duda de que sea sordo, o como decimos aquí: que le falte un agua, menos mal que a la mujer, le sobran tres o cuatro, (aguas) siempre esta al “quite”.
Y hay una cosa que me gusta de esa terraza, aparte del Somontano blanco, fresco, que siempre sirven en copa, ya que no soporto el vaso para el vino, es la familiaridad que poco a poco, sin darnos cuenta hemos conseguido, en una Ciudad que nadie se conoce, allí tenemos un pequeño reducto, de gentes que vamos a disfrutar del momento y que nos alegramos de vernos unos a otros.
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