La hija siempre había sido lo primero para la mujer, quizá verla más indefensa la hacía querer cuidarla y ella se dejaba.
Poco a poco se convirtió en una niña tiránica y déspota, a su madre la tenía como una esclava.
Fueron pasando los años y ambas se quedaron solas en ese inmenso caserón en el que retumbaban las paredes con las voces de ambas, y sobretodo con los gritos de la hija, gritos con los que exigía todo.
La madre ya mayor no podía con sus dolencias pero seguía cuidando a la hija que cada vez era más y más exigente, incluso cuando el dinero empezó a escasear.
-Vende!!! le exigía con gritos a su madre.
No sabía que cada vez quedaba menos por vender...tan apenas nada.
Cuando llegaba la noche, la madre la veía dormir, pensaba en la vida que ambas llevaban encerradas en esa casa que parecía una prisión...
Recorría las habitaciones antes llenas de muebles, cuadros, y cosas bellas de generaciones, y ellas habían acabado con todo y nada les quedaba, solo soledad y dolor.
Hasta que una noche, subiendo por las escaleras una voz le susurró: tienes que acabar con esto...no podéis seguir así, sabes que tienes que hacerlo.
Ella ya sabía a qué se refería...esa voz llegaba cada noche cuando subía hacia las habitaciones, entraba en la de su hija y la veía dormir, pensaba que sería de ella cuando se quedara sola...y la voz volvía: Hazlo!!!
Ese día de primavera casi un verano adelantado, cenaron en el jardín, ahora abandonado, un jardín lleno de hierbas creciendo a su antojo, pero le gustaba así, la naturaleza recuperaba su sitio. La mesa con velas, los pocos platos con los bordes rotos, de la vajilla antaño preciosa y dos copas de las pocas que quedaban de esa vajillería que sus abuelos trajeron de un viaje por Alemania, cenaron marisco, a ambas les gustaba y bebieron una botella de las pocas que quedaban en la bodega, un vino blanco del Rhin, su favorito, no importaba que ya el corcho estuviera pasado...
Rieron, hablaron como las mujeres adultas que eran, la hija hacía planes para pasar el verano en Grecia, la madre asentía sabiendo que no podrían hacerlo, pero le decía que sí.
Y la hija en un arranque de generosidad, le dijo: mamá en otoño podemos visitar Venecia, sé que es tu estación preferida para disfrutar esa bella ciudad que tanto amas. La madre sonrió con los labios, pero sus ojos no.
Su mente estaba ya preparando las vacaciones de ellas, vacaciones!!! ser libres de penurias, dolores, soledad, gritos, miedos, vacaciones permanentes.
Esa noche, la hija le dijo que tenía sed, que le subiera agua del pozo, ese pozo que tanto miedo le daba de niña, pero el agua era tan fresca!!!
La madre le hizo caso, le subió un vaso lleno de agua fresca, con una rodaja de limón, la hija lo bebió de un trago y le dijo: esta amarga esta agua!!! Es el limón, cariño, le contestó la madre. La beso como cuando era una niña y la arropo, la noche empezaba a refrescar en esa casa en la que apenas entraba el sol.
Le dijo: te quiero mi vida, siempre, nunca lo dudes. Yo también, le contestó, pero la madre sabía que no era cierto, su hija no quería a nadie, usaba lo que podía, y solo le quedaba ella, su madre.
Volvió al jardín, y recordó veladas con farolillos encendidos, joyas, música, vestidos preciosos, y ella, una chica joven sin nada en que pensar, solo en disfrutar de los días.
Se sentó en el pozo, ese pozo que siempre le habían prohibido acercarse pero ahora no había nadie, ya no tenía a nadie que le dijera lo que tenía que hacer, se dejó caer, y al hacerlo pensaba que pasados varios días, el repartidor de la poca comida que traía diría que no había nadie en casa, quizá se han ido de vacaciones...No tenían familia.
Ahora serían dos nuevos fantasmas en esa casa, pero ya no estarían solas y su hija dejaría de ser una mujer que le gritaba, los demás no la dejarían.
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