El otro día al leer el escrito de
Encarni Durán, sobre su infancia, la dureza y tristeza de una niña
enferma, empecé a pensar en como fue mi infancia. Y he aquí un
resumen de la mía, aún sin saber que estaba enferma ni mucho menos
que padecía una enfermedad a la que tardaron más de 30 años en
poner nombre: ARTRITIS REUMATOIDE.
Mis primeros recuerdos son de una niña
hija única, sola entre primos varones, con sus juegos, que en nada
se parecían a los míos, yo siempre quería estar quieta en un sitio
y que no me dijeran de moverme mucho...cuando jugábamos a indios yo
siempre me quedaba en la “tienda” haciendo la comida, pero era
por no ir y venir con ellos, entonces no lo sabia pero ya estaba
conmigo el cansancio.
Luego empezaron los dolores en los
pies, casi es mi primer recuerdo de dolor, siempre me dolían los
pies, no los zapatos, en la cama, sin andar, sin apoyarlos también
me dolían.
Pero aprendí una cosa, y es a no
quejarme, a llevar mi dolor, desde muy pequeña en silencio.
Mi madre una persona egoísta,
hipocondríaca y depresiva, ya tenia bastante con sus enfermedades,
que hacia llevar a todas sus hermanas y vecinas,y a mi padre, de
lado.
Con cierta frecuencia se metía en la
cama, porque sí, y desatendía todo, sin una enfermedad que lo
justificara. Me acostumbre a verla en la cama a temporadas, y a
todos los demás haciendo lo que podían, y claro no tenían tiempo
para una niña pequeña que se sentía mal.
Mi madre cuando se ponía mala, a mi no
quería verme, me chillaba y me alejaba de ella. Uno de los
recuerdos más dolorosos que tengo de mi infancia es que me escapaba
a verla a su cuarto y me ponía a los pies de su cama, callada,
mirándola, y cuando ella se daba cuenta que estaba allí, chillaba y
llamaba para que me sacaran de su cuarto, me decían que las
personas enfermas, se portaban así con quién más querían...nunca
lo entendí y sigo sin entenderlo. Y a mi padre diciendome: no hagas
enfadar a la mamá, pero si yo no hacia nada, una niña más callada
que yo, siempre jugando y leyendo en mi cuarto sin apenas hacer
ruido,para que no me sintieran y poder pasar desapercibida.
Cuando mi madre pasaba una buena, casi
siempre corta temporada, normal. Y yo le decía que me dolían los
pies, y que los dedos se me estaban agarrotando que no los podía
mover, siempre me decía que tenia los pies tan feos como la familia
de mi padre, asunto zanjado.
Luego empezaron a dolerme las rodillas
y las muñecas y en las Monjas, llamaron a mi madre, porque en la
clase de gimnasia no podía hacer ejercicios que las demás niñas
hacían.
Le dijeron que me llevara a mirarme las
anginas, en esos años, todos los males de los huesos venían de las
anginas.
A los 6 años me operaron de las
anginas, aún recuerdo el pasillo de la mano de la enfermera, el frió
del aparato al abrirme la boca y el dolor...
Luego el médico dijo que tenia reuma
en la sangre, debido a las anginas que eran reumáticas, y que podría
tener algún problema de corazón...nada más
No fui a ningún médico más, con ir
mi madre a todos los que se le ocurrían a ella ya tenia bastante.
Y aquí fui empezando a vivir callada
en silencio con mis dolores, que no eran incapacitantes pero que no
me dejaban, unos días muchos estaba bien, cansada pero bien, y otros
me dolía “algo”, pero me acostumbré a vivir con ello y sobre
todo a no decirlo.
Esto no quiere decir que no fuera
feliz, lo era, no conocía otra cosa, tampoco sabía si eso era
“normal”, me gustaba mucho saltar a la comba, pero aguantaba
menos que mis compañeras, pues bueno me sentaba en el banco y veía
como saltaban, corrían y yo iba despacio, nunca ganaba carreras, no
era buena en deportes, pero a cambio de eso me gustaba mucho leer,
sacaba muy buenas notas en redacción y leía mucho más que lo que
nos mandaban.
Mis juegos eran los libros, entre no
tener hermanos y no sentirme bien, mis libros fueron mis mejores
amigos, leía a todas horas, en esas historias me sentía libre,
feliz, podía correr, nadar, saltar, viajar...todo, en el sofá de mi
casa o en la cama.
Mi madre que era muy estricta no me
dejaba leer a la hora de la siesta, y mi padre me regalo una
linterna, bendito regalo, mis dos horas de siesta debajo de las
sabanas leyendo, esperando que bajara el sol para irnos a casa de los
abuelos con los tíos y primos, a jugar y merendar y a volver a casa,
cansadaaaaa, pero como no sabia como volvían los demás, no me
sentía diferente.
Tengo que decir, que no sé nadar, ni
montar en bicicleta, lo que no aprendes de niño, de mayor con más
dolores y mucho más miedo no lo aprendes. Mis primos corrían con
sus bicis, y yo les leía aventuras, que ellos les daba pereza
leer...
Siempre he sido buena contadora de
cuentos, me meto en la historia y la vivo, luego de mayor también me
gusta, a mis hijos les he leído mucho, he hecho cuentacuentos en la
Biblioteca y ahora a Antonino también le leo.
Los años fueron pasando, me fui
haciendo mayor, nunca pude ponerme unos tacones, jamás. Y el
cansancio nunca me dejó, lo que pasa que vivía conmigo sin saber
como se vive sin él, nunca recuerdo no haber sentido esa sensación
de no estar “agotada”.
Estudié, y trabajé un poco más de un
año en una oficina, tampoco era un trabajo duro, me encantan los
papeles y escribir a máquina, fue una buena época.
La vida era distinta, no salia de
noche, no salia de discotecas, iba al cine, y leía, siempre leía,
hacíamos todos los años vacaciones y así fui haciéndome más
mayor.
A los 20 años, hize un viaje a Italia,
y eso fue más de lo que yo podía aguantar, iba con gente que tenia
el doble y el triple de años que los míos, pero yo no podía
seguir el ritmo de las excursiones, llegaba al hotel agotada, no
cenaba solo me acostaba...esa fue mi primera experiencia con la
gente, yo no podía llevar el ritmo de los demás y ellos no podían
llevar el mio.
Solución, no salir con gente. Otra
secuela más de esta enfermedad que no tenia aún nombre, la soledad.
Los dolores se iban incrementando pero
no eran seguidos ni siempre los mismos, unas veces era una mano,
otras un codo, pero no me impedían hacer mi vida “normal”.
Cuando empecé a salir con el que seria
el padre de mis hijos, allí si que cambiaron las cosas, salían en
el pueblo más de lo que yo nunca había salido, estar hasta las 2 o
3 de la mañana, sentada bebiendo, nunca he bebido alcohol, era un
castigo y si se trataba de bailar en las fiestas del pueblo...ya ni
os cuento. Me encanta la música pero bailar tengo mucho miedo a que
alguien sin querer me pise o me dé un empujón, huyo de las
aglomeraciones, cualquier golpe puede causarme un terrible
daño...Aquí si se amplió la diferencia con la gente que no estaba
enferma...
Yo era la rara, porque mequeria ir la
primera a casa, la aguafiestas, la que no me adaptaba...y muchas,
muchas demasiadas veces aguante lo que no podía. Nunca aún había
pronunciado la palabra enferma , quizá porque no sabia que lo
estaba. Y casi, casi, hubo una época que me creía que era
diferente a los demás...y no sabía que podía hacer para hacer lo
que hacían los demás...Una época dura.
LA ARTRITIS vivía conmigo, pero no
tenia nombre. Fuí una niña feliz porque no conocía otra cosa,
fui una joven que notaba, cada vez más la diferencia con los demás,
y me convertí en una mujer, nunca insegura, pero sí diferente con
los demás, no sabía el porque pero no era igual, ni mejor ni peor,
pero no igual. Si tenia que salir por la noche, me acostaba por la
tarde todo lo que podía y al día siguiente no me tenia, y veía a
los demás activos, con ganas de hacer más cosas, y sin la palabra
cansancio en su vocabulario, yo tampoco la pronunciaba, pero iba
conmigo como una segunda piel, la cual no solo no me a ha abandonado
si no que ha ido aumentado, pero eso es otra parte de mi vida.
En otro escrito, describiré mi etapa
adulta, la de madre.
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